Comentario
Los primeros textos historiográficos escritos en catalán son de mediados del siglo XIII. En 1268 se tradujo el De rebus Hispaniae de Rodrigo Ximénez de Rada, y aproximadamente por las mismas fechas se vertieron al catalán los Gesta comitum barcinonensium. No son, sin embargo, estos textos los que caracterizan la historiografía medieval catalana, sino las llamadas cuatro grandes crónicas. Las de Jaime I, Bernat Desclot, Ramón Muntaner y Pedro el Ceremonioso.
Es muy probable que el rey Jaime explicase los hechos más relevantes de su vida a un conjunto amplio de familiares, mientras un grupo de reporteros iba tomando nota de la memoria del rey. De hecho, la oralidad es la característica más evidente de su crónica. El rey habla en primera persona y de una manera nada distante respecto de los hechos que explica, sino más bien intentando reflejar, en el momento de decir, el ánimo que le acompañó en el momento de hacer. Así, el rey exulta al referir un instante de ingenio, una acción militar valerosa y brillante, y rezuma tristeza ante la muerte de un compañero de armas, ante la soledad en que a menudo se halla, y no esconde la dificultad y la amargura que le reportan las luchas con la nobleza o las disensiones con otros reyes hispánicos. En esta larga memoria el rey tiende a ocultar aquellos pasajes en los que no destaca como estadista, como la conclusión del tratado de Corbeil, mientras que subraya aquellos otros en que la consciencia de su propio personaje le mueve a actuar en un sentido casi siempre providencial, guiado por un sentimiento religioso muy vivo. Tan vivo como el firme sentido histórico del propio linaje y la identificación de sus proyectos con el pueblo que le sustenta. El llamado Libre dels feyts contiene notables dosis de ironía y de emoción ante el paisaje o ante las sorpresas que proporciona la naturaleza.
Desclot, al contrario, trabajó entre 1283 y 1288 no con la memoria sino con material de archivo de la Cancillería, y por lo tanto escribe con un tono más distante e imparcial, propio de un profesional de la Historia. Es pues la ecuanimidad, no exenta de pasión cuando se trata de explicar las luchas de Pedro el Grande con los franceses, lo que define la manera de hacer de Bernat Desclot. Frente a la omnipresencia del rey, Desclot se ampara en el documento, sólo aparece en un par de ocasiones para dar fe de actos de valor del rey Pedro, expresándose en un estilo pulcro que alcanza su mejor capacidad retórica en el momento de construir diálogos: un estilo al servicio de la veracidad.
De carácter completamente distinto es la crónica de Ramón Muntaner (Peralada, 1265-Ibiza, 1336). Su libro, en efecto, contiene esencialmente una experiencia aventurera, vinculada al momento culminante de la expansión catalano-aragonesa en el Mediterráneo oriental, en la que tuvo un papel de primer orden, dentro de una biografía dedicada por entero al servicio de la casa de Barcelona. El punto álgido de esta vida llena de grandes maravillas lo constituyen los años pasados con la Compañía Catalana, bajo las órdenes de Roger de Flor -en cuya vida reconoce Muntaner un esquema literario-caballeresco-. Muntaner, un militar que disfruta narrando hazañas bélicas, toma como modelo impulsor de su crónica el libro del rey Jaime, aunque procura, sin duda porque el carácter inevitablemente autobiográfico le resultaba excesivo, no tanto esconder su personalidad, como no separar su vida de los designios de la casa de Barcelona, "puesto que nadie debe hablar de sí mismo, si no se trata de hechos que afectan a sus señores". Si en lo político la crónica destaca por un nacionalismo de matriz providencialista -una de las finalidades del libro es la de proclamar la predilección divina por los reyes de Aragón, comprensible entre otros motivos por la agresiva política del papado-, en lo estilístico cabría destacar una lograda mezcla de emotividad, humor y plasticidad que hace decir, por ejemplo, que los almogávares ante los franceses "rompieron lanzas y destriparon caballos, moviéndose entre ellos como si anduviesen por un bello jardín".
También es el libro de su tatarabuelo, que leía a menudo hasta altas horas, el mayor estímulo de la crónica de Pedro el Ceremonioso (Balaguer, 1319-Barcelona, 1387). El rey se basa también en el documento, y de hecho es ayudado en la redacción por funcionarios reales. Elaborada metódicamente, la crónica más que la exaltación de su figura pretende justificar las acciones políticas más controvertidas de su largo reinado. Lejos de la mentalidad feudalizante de un Muntaner, por ejemplo, bulle siempre en su fría y pulcra prosa una entelequia nueva que redime de los comportamientos más turbios y parece demandar una nueva moral: la razón de Estado.